viernes, 15 de julio de 2011

La bruja del Moncayo


Siempre fui un hombre aventurero y explorador, que amaba viajar y conocer nuevos sitios. Lo que más disfrutaba era poder hablar con la gente de los lugares que visitaba. De esta forma siempre averiguaba cosas que no aparecían en las guías de viajes. Viajé por todos los lugares de la Península Ibérica, un lugar maravilloso, lleno de lugares mágicos, plagados de puntos históricos.
Durante mis viajes por los alrededores del Moncayo, me alojaba en casas de los habitantes de los pequeños pueblos que tan amablemente acogían a un viajero desconocido. Mis anfitriones solían ser gente mayor que apenas habían salido más allá de esa montaña, pero eso no quitaba que tuvieran buen corazón y fueran muy amigables. A todos ellos les encantaba hablar y de estas charlas escuche miles de historias que solo la gente con años a su espalda sabe contar. Algunas de estas historias eran relatos de anécdotas de la vida de mis anfitriones, otros eran acontecimientos de la historia, y el resto eran leyendas populares que los habitantes de los alrededores se transmitían los unos a los otros.
Es una de estas historias la que procedo a relataros ahora mismo. En un principio solo la considere eso, leyenda; pero después de la experiencia que he vivido ya no lo puedo considerar así. Pero no adelantemos acontecimientos. Primero lo leyenda, luego mi historia.
Dice así:

“Hace muchos años, tantos que ya nadie los recuerda, hubo un pueblo situado en las faldas de la montaña. Este pueblo, comerciaba con la madera, pero no se atrevían a talar nunca los árboles que crecían justo en la montaña, puesto que se decía que en los bosques del Moncayo vivía una bruja.
Así vivieron mucho tiempo, hasta que los bosques en los que talaban empezaron a agotarse. Al no haber más madera, se vieron obligados a talar los bosques de la montaña. Esta decisión trajo discordia dentro del pueblo, puesto que los más ancianos protestaban porque decían que si usaban esa madera la bruja de la montaña podría maldecirles. Pero los leñadores no hicieron caso de sus advertencias, diciendo que todo eso era supersticiones sin sentido, puesto que las brujas ya no existían, la Inquisición había acabado con todas ellas.
De esta forma, los habitantes del pueblo comenzaron a talar el bosque. Con cada viaje que hacían, más árboles se llevaban con ellos y el bosque empezó a desaparecer.
Un día, dos de los leñadores se internaron demasiado en el bosque, buscando algún árbol con buena leña. Mientras buscaban, uno de ellos descubrió algo entre los arbustos: unos ojos amarillos le estaban observando. El leñador se asusto, pensando que se trataba de alguna fiera salvaje, pero el miedo se desvaneció cuando de entre los arbustos emergió una joven de rostro blanco y de cabellos morenos. Apenas llevaba nada encima, solo algunas telas que la tapaban.
Ella sonrío y el leñador le devolvió la sonrisa. Sus ojos estaban fijos en los de ella. Nunca había visto unos ojos de ese color y tal vez por eso no podía apartar la mirada. Quiso acercarse a ella, pero en ese momento descubrió que no podía moverse. Sus pies habían comenzado a echar raíces y se estaban hundiendo en el suelo. A continuación, su piel se volvió dura y áspera, como la corteza de un árbol; y su cabello se convirtió en hojas. En escaso tiempo, el leñador se había convertido en aquello que talaba: un árbol.
Todo esto fue presenciado por el otro leñador, que escapó corriendo hacia el pueblo, donde contó esta historia. Los ancianos se alarmaron y empezaron a decir que eso era obra de la bruja que había maldecido al pueblo. Sus compañeros no le creyeron y esa noche salieron para buscar a su amigo desaparecido, pero solo pudieron encontrar sus utensilios de trabajo, al pie de un árbol.
Él fue el primer desaparecido, y al poco tiempo su compañero le siguió. Durante los meses siguientes, los ciudadanos que se acercaban al bosque, ya fueran leñadores o no, desaparecían y no se les volvía a ver. Los habitantes del pueblo iban disminuyendo, en cambio, el bosque iba aumentando.
No paso mucho tiempo en que el pueblo fuera abandonado. Algunos, los más afortunados se marcharon a los pueblos de alrededor buscando una nueva vida, huyendo de esa terrible maldición, y otros, los que se quedaron, acabaron formando parte del bosque que ellos mismos talaban.
En cuanto a la bruja, unos dicen que se calmo después de hacer desaparecer el pueblo que se atrevió a talar su bosque. Otros, en cambio, aseguran que ella aún esta al acecho, esperando encontrar a algún despistado que ose dañar alguno de sus queridos árboles, porque si así lo hace, pasara a formar parte de su bosque.”

Esta es la historia que di como un cuento para asustar a los niños. Pero iba a experimentar en mis propias carnes que eso no era así.
Pocos días después de escuchar esta historia, practicaba senderismo por la dehesa del Moncayo. Seguía los caminos marcados y observaba el paisaje, pero mi instinto aventurero me llevó a desviarme del sendero y a internarme en el bosque. Confiaba en mi sentido de la orientación que siempre me había funcionado y no me preocupó el perderme.
En el bosque me dedicaba a cortar algunas muestras de hojas para mi colección de plantas y a disfrutar de la naturaleza, con tan mala suerte que la luz empezó a desaparecer. Pronto se haría de noche y para entonces tenía que estar de vuelta en el camino.
Volví sobre mis pasos, pero me detuve al escuchar un ruido procedente de los arbustos. Me asuste al pensar que podría tratarse de algún animal salvaje, así que me quede muy quieto y escuché atentamente. Un ulular sonó a mi espalda y me volví para encontrarme con unos ojos dorados. Me sobresalté en un primer momento puesto que la leyenda de la bruja del bosque aún estaba reciente en mi cabeza, pero me tranquilicé al ver que solo se trataba de un inofensivo búho.
Deje escapar el aire que sin darme cuenta había contenido, y me dispuse a continuar mi camino, pero volvió a sonar un ruido, esta vez mucho más cerca. Me giré rápidamente y mi mirada se cruzó otra vez con unos ojos amarillos, pero ya no eran los ojos de un búho, sino los de una mujer. En ese momento, supe que me encontraba frente a la mismísima bruja.
Quede atrapado en esa mirada, completamente paralizado. De repente, sentí como mis músculos y extremidades comenzaron a volverse rígidos. ¡Me estaba convirtiendo en un árbol! El miedo me invadió y, gracias a una sacudida de adrenalina, pude mover una mano y ponerla entre esos ojos y los míos, rompiendo así el hechizo.
Aproveché esa oportunidad para escapar. Corrí por entre los árboles y no me detuve hasta alcanzar el bar-restaurante situado en el merendero del parque del Moncayo. Entre precipitadamente y el camarero y sus clientes me miraron como si estuvieran ante un loco. Allí pude respirar y pasé a relatar mi aventura a todos los presentes, la mayoría de ellos turistas que venían a la montaña a pasar el día. Escucharon atentamente y cuando termine, todos estallaron en risas, excepto un hombre. Se levanto y se dirigió hacia mí.
- Nadie ha logrado escapar de los ojos de la bruja, debes de ser el primero. Ten cuidado, no te dejara libre tan fácilmente.
Allí descanse y cene, e intenté convencerme a mi mismo de que todo había sido producto de mi imaginación. Una pareja de turistas acepto llevarme hasta el pueblo con albergue más cercano a pasar la noche, pero no conseguí pegar ojo. Cada vez que cerraba los ojos veía esos ojos dorados.
A partir de entonces, todas las noches tenía pesadillas relacionadas con ese fatídico día. En ellas me encontraba en el bosque, y allí me esperaba la mujer de ojos amarillos. Yo intentaba escapar de ella, pero algo más fuerte me empujaba hacía ella, y en ningún momento dejaba de ver sus ojos.
Pero no solo tuve pesadillas, mi cuerpo entero había cambiado. Pronto dejé de comer, solo necesitaba agua y luz solar para sobrevivir; mis músculos eran más rígidos y mi piel estaba rugosa y áspera. Sabía muy bien el por qué de estos cambios: al escapar de la bruja, había dejado incompleta la transformación que había iniciado.
Después de unos meses dejé de salir a la calle, más que lo estrictamente necesario, y dejé de devolverles las llamadas a mis amigos. Me aísle completamente en mi piso intentando escapar de la gente porque en todos los rostros veía los ojos de la bruja. Pero, a pesar de eso, no dejé de ver los ojos ni de pensar en aquel día. Sabía que todo era obra de esa mujer, sus ojos me estaban llamando, me buscaban, querían terminar lo que empezaron y no me iban a dejar libre. Como dijo el hombre del bar, esos ojos no me perdonaban el haberme escapado y sabía que el resto de mi vida sería así si no hacía algo.
Por ese motivo escribo este relato, para que el mundo sepa qué fue de mí. Porque, a estas alturas, ya me habré reencontrado con los ojos dorados y habrán acabado la transformación que dejaron a medias.
Así que, tener cuidado la próxima vez que cortéis una rama o las hojas de un árbol, porque podríais estar hiriendo a alguien que fue una persona en otra época.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me ha encantado la historia!!! Y la moraleja que extrae al final. Es un relato muy bueno :)
Gracias por postearlo ^^

Besos!

Morgana Dragonheart dijo...

me alegra que te haya gustado! la idea la saque de la historia de Apolo y Dafne, y de la escultura de estos personajes que me gusta mucho.
un beso!