Corría el año 1755 de nuestro
señor. Acabamos de llegar a un pequeño pueblo del Reino de Hungría del que me
resulta imposible reproducir su nombre. Mi conocimiento del húngaro es más bien
escaso, tenía que fiarme del saber de mi acompañante de viaje. Juntos nos
habíamos embarcado en este viaje atraídos por la curiosidad de los seres que
esta gente denomina strigoi, revenants o upyrs. En definitiva, muertos que
volvían a la vida.
Así, llegamos hasta esta singular
población, alejada de cualquier ciudad ilustrada, donde la superstición
desbancaba a la diosa razón. Había sido arrastrado hasta aquí por mi buen amigo
André, que había sido subyugado por las palabras de nuestro compatriota
Augustín Calmet. Aunque me resultaban curiosas este tipo de historias, no
albergaba dudas de que eran fruto del desconocimiento e ignorancia de estas
gentes. Por el contrario, mi amigo André estaba convencido de la veracidad de
tales testimonios. Y, fruto de su inquietud, acabe atrapado en la situación que
ahora trato de relatar.
Nada más bajar del carruaje que nos
trajo hasta esta aldea, tanto André como yo pudimos percibir el ambiente a
terror que se respiraba en el poblado. Los ojos de los aldeanos no se
despegaban de los dos extraños que no hacían más que realizar preguntas sobre
los posibles revenants de los que habíamos oído hablar. En Budapest nos
informamos bien sobre los mejores sitios para encontrar a estas criaturas, y
así fue como acabamos dando con este pueblo medio oculto y aislado de la
civilización debido a su enclave en los montes Cárpatos.
Nuestras preguntas nos acabaron
llevando hasta la Iglesia del pueblo. Allí, el padre no tuvo ningún
inconveniente en acogernos y darnos toda la información que necesitábamos.
- Ocurrió hace cosa de un mes,
cuando Frigyes el bandido murió.
El párroco nos explicó que el tal
Frigyes era un rufián que había llegado al pueblo hacía unos años y empezó a
prestar dinero a los lugareños. Algunos decían que se valían de magia oscura
para conseguir sus propósitos, puesto que en poco tiempo arruinó a algunos de
los vecinos de la localidad. Estas “sospechas” aumentaron al no aparecer nunca
por la obligada misa dominical y mostrar su desprecio a todo lo relativo a
Dios. Tras un par de años, el cadáver de Frigyes apareció muerto en la
carretera de acceso a la villa. Para mí, todo parecía indicar que se trataba de
un ajuste de cuentas, pero para estas gentes había sido obra de intercesión
divina. Por tanto, la muerte de Frigyes no se investigo y fue enterrado en una
tumba sin nombre fuera del recinto sagrado.
Parecía que ahí acababa la historia
del villano, pero no fue así. No pasaron muchos días en que algunos vecinos del
pueblo empezaron a decir que se les aparecía su fantasma en busca de venganza.
Poco después, esas mismas personas amanecían muertas. El veredicto era claro
para esas gentes: Frigyes se había convertido en un strigoi o vampiro. Pero no
fue el único, puesto que según la creencia popular, sus víctimas también
regresaban de la tumba convertidas en el mismo ser sediento de sangre que su
creador y atormentaban a sus familiares hasta llevarlos al cementerio.
- Así, ya son más de diez almas
compasivas las que se ha llevado ese mal nacido.
Yo tomaba nota de todo lo que me
iba dictando mi amigo André, al que le era imposible ocultar su entusiasmo por
esta historia. Él siempre había sentido debilidad por los relatos llenos de
fantasía, de muertos que regresan a la vida para atormentar a los vivos. A mí,
sin embargo, todo esto no me parecía más que el resultado de la histeria
colectiva.
- Pregúntale a nuestro buen amigo
si han solicitado los servicios de algún médico para tratar a las personas que
“visita” ese vampiro – quise saber.
- Los únicos servicios que
necesitan son los de un buen sirviente de Dios, como yo. Créanme amigos, en
cuanto vean este mal, no les cabrá duda de que el demonio anda entre nosotros.
Mi escepticismo aumento, al igual
que el interés de André. El padre nos invito a hospedarnos en su humilde hogar
y asistir esa misma noche a una cazería que acabaría por demostrarnos que el
terror que estaban viviendo era real y el mal campaba a sus anchas.
- ¿Qué te parece, Valéry? ¿No te
recorre un escalofrío de emoción por la espalda? – me preguntó cuando estuvimos
a solas.
- Sigo pensando que están mal de la
cabeza. La superstición sigue muy arraigada en estas gentes.
- Tan escéptico como siempre,
amigo. Está claro que eres un hombre de razón. Hoy mismo comprobaremos qué hay
de verdad y qué de mentira en todo esto.
Y así fue. Al caer la noche, nos
reunimos junto al padre, que ya nos esperaba con otros tres hombres que
portaban estacas de madera, grandes palas y antorchas. Les seguimos hasta las
puertas del camposanto, en donde el cura se santiguo, acción que imitaron el
resto de nuestros acompañantes. Por respeto a sus creencias, les imitamos, y
los seis atravesamos las puertas en busca del vampiro. Caminamos entre las
silenciosas tumbas, hasta que nuestros guías se detuvieron frente a una. A la
señal del párroco, los tres hombres echaron mano de las palas y comenzaron a
desenterrar el ataúd.
Entre los tres desclavaron la tapa
y revelaron su contenido: el cuerpo de una joven con las mejillas sonrojadas,
el cabello enmarañado y unas uñas inusualmente largas. De sus labios, que
dejaban ver los dientes, discurrían unos finos hilos de líquido rojo.
- Esta joven es una de las primeras
víctimas de nuestro monstruo. Murió hace más de tres semanas y mirad cómo se
encuentra, como si todavía estuviera viva.
Observé el cadáver. A primera vista
era cierto que parecía que no estuviera realmente muerta, pero, con mis escasos
conocimientos de medicina, sabía que había cadáveres cuyos primeros síntomas de
descomposición tardaban semanas en aparecer. Las mejillas sonrojadas y la
sangre de sus labios era fácilmente explicable, al igual que las uñas.
Busque la confirmación de mis
sospechas en mi fiel amigo André, pero no las encontré. En su lugar, André
observaba el cuerpo de la joven con absoluta fascinación. No podía creer que
fuera tan incrédulo.
El padre comenzó a recitar sus
oraciones mientras los tres hombres procedían con su ritual. Uno de ellos se
colocó sobre la mujer con una gran estaca de madera. La apoyo sobre su pecho
mientras que otro los vecinos de la localidad asesto un gran martillazo a la
estaca, que penetró el pecho del cadáver, salpicando a todos los presentes de
sangre.
Contuve las nauseas. Nada más
perforar el pecho de la joven, el olor a podrido inundo el ambiente. Por mucho
que aquellas gentes no quisieran verlo, estaba claro que la chica estaba muerta.
Aparté la mirada y esperé pacientemente hasta que terminaran. Pero no acabó
allí la cosa. La muerte del “vampiro” exigía un paso más. El padre deslizó a
otro de los muchachos un gran clavo, que se apresuró a incrustarlo en la frente
del cadáver.
Mi estómago no pudo resistirlo y
tuve que retirarme tras uno de los cipreses para echar toda la cena. Pero ellos
no me prestaron atención, estaban muy ocupados asegurándose de que el monstruo
no volvía a levantarse. Difícilmente podría con la cabeza clavada al ataúd.
Una vez terminada la tarea, el
padre realizó la señal de la santa cruz sobre el cuerpo. André estaba
pletórico; en cambio yo estaba deseando marcharme de ese lugar y volver a la
civilización. Educadamente me disculpe y dejé que los cuatro hombres, junto con
André, continuaran su trabajo. Tenía que sacarme de encima el olor a muerto
enseguida.
Pensé que la curiosidad de André se
saciaría con esa horrible noche, pero no fue así. A pesar de las “muertes” de
los vampiros, la gente seguía enfermando y continuaban las afirmaciones de
haber recibido las visitas de los muertos. Las cazerías se repitieron y con
ellas creció la fascinación de André.
- ¿No es increíble, Valéry? De
verdad el hombre puede ir más allá de la muerte y vencer a la propia naturaleza.
- ¿Es que estas ciego, André? ¿No
ves que todo son patrañas de gente inculta y supersticiosa?
Discusiones como ésta empezamos a
tener a menudo, pero André no entraba en razón. Seguía saliendo por las noches,
en busca de esos revenants. Una de ellas, volvió cubierto de sangre de la
cabeza a los pies y apestando a podrido. Cuando le pregunté qué le había
ocurrido, de sus labios sólo salió un leve murmullo: “…Frigyes…” En ese
momento, no sabía qué quería decir; ahora ya es tarde.
Poco después, André cayó gravemente
enfermo. La fiebre le acosaba, elevando su temperatura corporal y provocándole
temblores y escalofríos por todo el cuerpo. Pero no acababa ahí la cosa; por
las noches era frecuente que nos despertara con gritos y espasmos. El nombre de
Frigyes salía de sus labios en todas esas ocasiones. Yo quería llevarlo ante un
médico porque era evidente que le tenía que ver un especialista, pero el padre
me lo impidió.
- Está siendo víctima del vampiro.
Sólo Dios puede ayudarlo.
Por mucho que me impuse y discutí
con él, no hubo manera de convencerle; su “fe” en que esa criatura era real era
más fuerte que cualquier argumentación. Y así, mi amigo André se convirtió en
víctima de su ignorancia. Una noche no volvió a despertar, consumido por la
fiebre y las alucinaciones. Insistí en que el lugar de descanso de mi amigo
debía de ser su país natal, pero esas gentes eran inamovibles en sus creencias.
Debido a su fuerte convencimiento de que si un cadáver quedaba mucho tiempo
expuesto podría ser pasto de fuerzas demoníacas, se apresuraron a enterrar a mi
amigo.
Una vez que paso todo, me apresuré
a preparar mi regreso a Francia y salir cuanto antes de ese pueblo de locos.
Pero el carruaje tardaría aún una semana en pasar a recogerme. El padre accedió
a cobijarme unos días más como muestra de su compasión por la muerte de André a
mano de los demonios, aunque para mí él había tenido mucho que ver en su
fallecimiento.
No llegué a abandonar el pueblo.
En la tercera noche al
fallecimiento de André, ocurrió algo. Me encontraba en un duermevela cuando
escuché el chasquido de la ventana. Abrí los ojos y la encontré abierta de par
en par. Recordaba haberla cerrado precisamente para evitar que el frío de esos
montes se me metiera hasta los huesos. Pero ahí estaba, abierta, y con la
silueta de mi amigo André entrando por ella. Me sobrecogí; debía de estar
soñando, pero ahí estaba André, avanzando con paso lento hacía mí entre los
rayos de la luz de la luna.
- ¿André? ¿Eres tú, amigo?
Una vez que estuvo más cerca, pude
percatarme de sus roídas ropas y sus manos llenas de tierra, como si hubiera
estado escarbando para escapar de su tumba. Pero lo más aterrador eran las
manchas de sangre que llevaba en la camisa, unas manchas procedentes de un
reguero que manaba desde su boca.
Apenas recuerdo qué ocurrió esa
noche; pero desde entonces, mi estado de salud comenzó a empeorar. Las visiones
de André no cesaron, y cada día, me encontraba más y más débil. Tal era mi
turbación, que acabe por confesar todo al padre.
- Él ya no es tu amigo. Ha sido
poseído por un demonio que quiere darte caza. Esta misma noche, frustraremos
sus planes y volverás a estar en paz.
Y heme aquí; un hombre de razón que
no creía en esas supersticiones de muertos que vuelven a la vida, hasta que lo
experimente en mis propias carnes. Siendo perseguido por su propio compañero.
Esta noche, pondremos fin a la no vida de André, antes de que me arrastre, como
suele ser su costumbre, con él y acabe convirtiéndome también en un ser que
sólo existe en la superstición, un strigoi.
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